16/02/2013

La formación del jurista en la historia: Quintiliano y las "Instituciones Oratorias"

Lecciones de un gran preparador de oradores que todavía, veinte siglos después, siguen siendo útiles.
ÍNDICE: 1. Quintiliano y las "Instituciones Oratorias".- 2. La finalidad del discurso.- 3. Adaptación al contexto.- 4. Contra la afectación y el artificio.- 5. Oratoria "emocional" y humildad.- 6. La importancia del principio y final del discurso.- 7. La preparación del discurso.- 8. Sistemática y ligazón.- 9. Concisión.- 10. Naturalidad.- 11. Puesta en escena.- 12. Sobre la escritura.- 13. Sobre el aprendizaje



[Entrada dedicada a mi compañero de Departamento y periplo académico, Jose Angel Torres Lana, calagurritano, como Quintiliano]


1. Quintiliano y las Instituciones Oratorias


Si, en mi anterior entrada histórica, retrocedía casi cinco siglos para recordar a Huarte de San Juan, ahora la remontada es todavía más acusada, pues nuestro protagonista, Marcus Fabius Quintilianus, vivió en el primer siglo de nuestra era. Nacido en la Calahorra hispanorromana, la mayor parte de su vida se desarrolló en Roma, donde fue abogado y, sobre todo, reputado profesor de oratoria y retórica.

Al retirarse, Quintiliano quiso dejar sus enseñanzas para la posteridad, para lo que las recogió en un libro de doce volúmenes titulado Institutio Oratoria. Hallada una versión completa del libro, a principios del siglo XIV, en el monasterio de St Gall, su influencia fue grande entre los siglos XV y XVIII. Aunque no se ocupa exclusivamente de la oratoria forense, sí que la toma como expresión máxima del arte de la oratoria, por lo que le dedica un gran número de páginas.

Lo que sigue no es, ni por asomo, un estudio crítico de la obra; solo es el resultado de una lectura curiosa, en la que he intentado extraer aquellas enseñanzas que, ¡pasados casi veinte siglos!, todavía son útiles, tanto en su contenido como en su expresión. Pienso, en concreto, que mensajes procedentes del túnel del tiempo, expresados en una prosa inhabitual, pero elegante, pueden calar en los estudiantes de Derecho o en cualquier interesado en mejorar sus habilidades oratorias.

He manejado la traducción al castellano por Ignacio Rodríguez y Pedro Sandier, publicada en 1887 y disponible en Internet Archive y Cervantes Virtual.



2. La finalidad del discurso

"Tres cosas debe hacer el orador: enseñar, dar gusto y mover".
La frase me parece muy feliz. Cualquier discurso, y no solo el forense, debe perseguir, en primer término, explicar, aclarar el objeto, dar luz y no oscurecer; en definitiva: "enseñar". Además, ha de ser condescendiente con el destinatario, incluido el judicial, granjear su simpatía, evitar formas o expresiones que provoquen repulsa, cuidar al oyente, es decir, "dar gusto". Finalmente, a diferencia de una charla de cafetería, cualquier discurso formal constituye una actividad teleológica, dirigida hacia un fin, que es convencer, estimular, motivar al destinatario, es decir, "mover".



3. Adaptación al contexto


Insiste Quintiliano en que el discurso debe adaptarse a su objeto y al auditorio al que se dirige. Por eso, los abogados deben dirigirse al juez y adaptar el discurso a lo que requiera la causa.
"Se pierde la modestia, que es la que da al orador la mayor autoridad y crédito, cuando de un hombre de bien se transforma en un abogado vocinglero y gritador, acomodado, no al ánimo del juez, sino al paladar del litigante".
De estos, conocí alguno cuando ejercí como magistrado suplente. Pero sigamos con Quintiliano... 
 "Cuando se trata de asunto de importancia donde hay que venir a las manos con el contrario, lo último de que debe cuidar es su propia gloria, y así cuando se trata de cosa de grave peso ninguno debe cuidarse mucho de las palabras. No porque entonces deba ser desaliñada la oración, sino porque debe ser el adorno más comedido, más serio, más disimulado y conforme al asunto. Para persuadir a un senado se requiere un modo de decir algo sublime; para el pueblo, vehemente y conciso; para los juicios públicos y causas capitales, particular esmero y cuidado. En un juicio particular donde ha de sentenciar el voto de pocos, ha de ser puro y sencillo. ¿No se avergonzaría un orador de usar de períodos muy armoniosos para ejecutar al acreedor y pedir lo que debe? ¿De llamar los afectos tratando de las goteras de una casa? ¿De acalorarse en la causa de la defectuosa venta de un esclavo?".

4. Contra la afectación y el artificio

"No hay cosa más odiosa que la afectación".
"De este demasiado esmero viene muchas veces a perder su fuerza la oración. Primeramente, porque no hay adorno mejor que el natural y conforme a la verdad de las cosas, y si es afectado, no sólo parece cosa fingida y sobrepuesta, sino que perdiendo su decoro hace que no se dé crédito a lo que dice el orador, porque deslumbra los sentidos y ahoga el discurso, como a los sembrados la lozanía de la hierba. Esto sucede cuando pudiendo hablar por el atajo nos andamos en busca de rodeos, cuando volvemos a repetir lo que está ya suficientemente dicho, cuando bastando una voz atestamos de palabras el período, y cuando tenemos por más acertado el hablar mucho que el decir muchos conceptos".
 "Los pensamientos no son de mucho aprecio cuando se alaban las palabras".
¿Dónde hay que firmar?



5. Oratoria "emocional" y humildad


Llama enormemente la atención el énfasis que pone Quintiliano en los aspectos emocionales de la elocuencia, en la importancia de "conectar" con el auditorio; una enseñanza que resulta perfectamente acomodada a los tiempos actuales.
"En un orador son muy agradables prendas la afabilidad, llaneza, moderación y cariño".
La prepotencia y la soberbia no rinden, como tantas veces he explicado a mis estudiantes, pues despiertan ciertos resortes, propios de la naturaleza humana y muy especialmente de la de los jueces, que se inclinan a la protección de la parte formalmente más débil y a la repulsa de quien implícitamente niega el propio criterio del oyente para tomar posición o juzgar.
"Ninguna cosa hay más adaptada para llamar la atención que la modestia". 
"Toda jactancia de sí mismo es muy reprensible, pero con especialidad la de elocuencia en un orador; pues no sólo causa fastidio a los oyentes, sino también indignación las más de las veces".
"Un juez escrupuloso oye con gusto al defensor que confía en su justicia". 
"Lo que más debe brillar en el exordio es la modestia del orador en el semblante, en la voz, en lo que dice y en el modo de proponerlo; de manera que, aunque la justicia de la causa sea de suyo indubitable y merezca la aprobación de todos, no ha de manifestar confianza de salir con la victoria. Pues los jueces se ofenden de tanta confianza en un litigante". 
La ironía y la mordacidad deben administrarse con suma prudencia.
"No debe éste [el abogado] echar en cara ni aun aquello que es verdad, a no ser que la causa lo pida esto de suyo. Porque incurrir en la nota de hombre mordaz, es tener una elocuencia enteramente perruna, como dice Apio; pues los que no tienen reparo en hablar mal es de creer que tengan disposición para oír todo lo malo que les digan".


6. La importancia del principio y final del discurso


Quintiliano propone, para el discurso jurídico, una disposición en cinco etapas: exordio, narración, confirmación, refutación y epílogo.
"Toda causa judicial comprende cinco partes, el exordio para ganar la benevolencia, la narración cuenta la cosa sucedida, la confirmación prueba el asunto con razones, la refutación deshace las del contrario, la peroración recuerda todo lo dicho a la memoria del juez o mueve su ánimo".
En todo caso, Quintiliano no propone un sometimiento rígido a un procedimiento pautado y, por el contrario, ofrece interesantes sugerencias, que valen tanto para unas conclusiones en el foro como para una conferencia, clase, debate, etc.

Me detengo, en primer lugar, en el exordio o proemio, que es la introducción del discurso, la entrada, las primeras frases. Quintiliano otorga una gran relevancia al exordio, que debe servir para ganar la atención y simpatía del auditorio.
"Pónese para conciliarse la benevolencia, atención, y docilidad".
"Con esto mismo se gana la atención de los jueces, haciendo ver que la causa es nunca vista, de suma importancia, atroz, y que puede servir de ejemplar". 
No menos importancia atribuye Quintiliano al epílogo del discurso, en el que el orador recapitula sus argumentos.
"La recapitulación y repetición de todo lo que antes hemos dicho, que los griegos llaman anacephaleosis, y algunos de los latinos enumeración, no solamente refresca la memoria del juez poniéndole bajo un golpe de vista todo el discurso, sino que, si antes no se movieron los oyentes con cada cosa de por sí, se moverán con todas ellas juntas. Pero lo que aquí se repita ha de ser muy por encima; porque de lo contrario sería otro nuevo discurso. Debe cuidarse de dar nuevo peso a lo que decimos, variándolo con sentencias y figuras acomodadas; porque no hay cosa más odiosa que la repetición que se hace en los mismos términos, como si desconfiáramos de la memoria del juez".


7. La preparación del discurso


Solo en caso de necesidad, considera Quintiliano que el discurso deba ser improvisado; en el resto de los casos, su preparación es de vital importancia. Y esa preparación, lejos de consistir en un sentarse ante la hoja en blanco en espera de inspiración, requiere también de un método propio.
"Así como hay este orden en las partes [del discurso resultante], no hay el mismo en el modo de discurrirlas. Lo primero de todo debemos pensar qué género de causa es; qué se pretende en ella; qué es lo que nos favorece, o al contrario: en segundo lugar, qué pretendemos probar y qué refutar; en tercero, cómo se ha de hacer la narración (porque ésta es la preparación para la confirmación, y no será útil, si no promete ya lo que hemos de probar): y lo último que hemos de considerar es el modo de conciliarnos al juez. Porque sólo después de consideradas todas las partes, podemos conocer el afecto o pasión que conviene mover en el que oye: si el rigor o mansedumbre; si excitar la ira o calmarla; si hacerlo propicio o contrario al reo".


8. Sistemática y ligazón 


Quintiliano insiste en la importancia de la estructura del discurso, compartimentación que no está reñida, sino al contrario, con el enlace, mediante los conectores adecuados, entre las partes. Por ejemplo, recomienda presentar las secciones del discurso antes de adentrarse en él.
"Para disminuir el fastidio contribuye la división, como: Diré lo que precedió al contrato, lo que sucedió en él y lo que pasó después. De este modo estas tres narraciones pequeñas serán más tolerables que una larga, y mucho más si las distinguimos con una advertencia: Oído ya lo que sucedió hasta aquí, ved ahora cómo prosigue la cosa. De este modo se recreará al juez con el fin de lo primero, y se le dispondrá a oír lo segundo".
Eso sí, con mucho sentido práctico, advierte de que algunos tienen esta presentación previa de los temas a tratar "por cosa arriesgada, ya porque suele olvidarse el orador de alguno de los puntos propuestos, ya porque si la división no se hace bien, lo advertirá el juez o el contrario".

Hermana de la división, pero más intencionada, es la disposición:
"División, como llevo dicho en muchos lugares, es la separación que se hace de muchas cosas, poniéndolas cada una de por sí con orden y debida colocación, de manera que puestas unas, deban seguir otras; pero por disposición entendemos una prudente distribución que hacemos de las ideas y partes del discurso, dando a cada cual su lugar".
 Recomienda Quintiliano, por ejemplo, la siguiente disposición:
"Debe comenzarse por alguna de las razones fuertes y concluirse por las más poderosas, y en medio de éstas poner las más endebles, porque al principio hay que mover al juez, y en el fin inclinarle hacia nosotros".
En todo caso, una buena estructuración del discurso no está reñida con la necesaria trabazón, pues, como concluye Quintiliano, en una buena composición deben concurrir "unión y buena colocación":
Otra disposición hay de los pensamientos, en los cuales no sólo hay algunos que piden el primero, el segundo o tercer lugar, sino que todos deben tener entre sí tal trabazón que no parezca la juntura, quiero decir, que formen un cuerpo, no miembros separados".
Creo que la anotación que más frecuentemente he hecho en los borradores de tesis que he dirigido ha sido "¡hilo!"; ¡lástima no haber podido facilitar también a los atormentados doctorandos esta preciosa cita de Quintiliano!



9. Concisión


Frente al prejuicio histórico de que los antiguos oradores eran sujetos verborreicos, dominados por una irrefrenable facundia, Quintiliano, que se opone a los excesos "senequistas", apuesta decididamente por la concisión y hasta el laconismo, porque "tiene más gracia cuando en pocas palabras decimos mucho". Véase la siguiente recomendación ejemplificada:
"La narración será breve, comenzándola desde donde conviene para informar al juez, y no más; si no se saliere del asunto; si carece de toda superfluidad, omitiendo lo que no importa ni para inteligencia ni utilidad de la causa. Porque hay cierta brevedad en las particularidades de la cosa, que viene a hacer larga toda la narración. Llegué al puerto, vi la nave, pregunté cuánto era el flete, nos ajustamos en el precio, me embarqué, levantáronse las áncoras, dejamos la ribera y nos partimos. Claro está que ninguna de estas menudencias se podía decir más brevemente; pero con decir: Salí del puerto, bastaba. Cuando insinuada una cosa, ya se entiende lo demás, contentémonos con esto. Si podemos decir: Tengo un hijo ya joven, ¿a qué cansar al auditorio con decir: Deseoso de tener hijos, me casé; naciome un hijo, que, habiéndole criado, llegó a ser crecido?".
Naturalmente, se trata de encontrar el punto exacto, pues, "si el ser superfluo fastidia, el omitir lo necesario es peligroso".



10. Naturalidad


Quintiliano apuesta muy decididamente por la naturalidad, incluso, aunque parezca un oxímoron, la naturalidad simulada mediante un fingido desaliño y titubeo en la expresión; al fin y al cabo, no hay que olvidar que "hemos de hacer ver que la justicia la lleva consigo la causa, y no que la procuramos con nuestro discurso". 

"El juez admira más y teme menos lo que juzga que no se ha premeditado contra él. Y así lo que sobre todo se ha de procurar tener presente en las defensas, es el decir como cosa no estudiada aun aquello que hemos ordenado con esmero, y que parezca alguna vez que como meditando y dudando andamos haciendo a la memoria lo que llevamos discurrido".
"Da más gusto la oración cuando no tiene visos de estudiada de antemano, sino que parezca se discurre allí mismo lo que se dice".



11. Puesta en escena


Son especialmente agudas algunas de las recomendaciones de Quintiliano sobre la peroración, entonación, gesticulación y otros detalles de lo que podemos denominar puesta en escena.

Por ejemplo, explica muy bien el manejo de las pausas, empezando por la primera, ese par de segundos que el orador tarda en comenzar su discurso y tanto sirve para obtener la atención del público:
"Cuando un juez, pues, en las causas particulares, o el pregonero en las públicas, diere orden al orador para empezar a perorar se ha de levantar con mucho sosiego; después se ha de detener algún espacio en componerse la toga, o (si fuere necesario) en ponérsela bien del todo, y esto tan solamente en las juntas (porque en presencia de un príncipe, de un magistrado, o de los tribunales no le será permitido) para tener la ropa decentemente puesta, y lugar para discurrir por el pronto. Y aun cuando nos hubiéremos vuelto hacia el juez para pedirle la venia, y éste hubiere hecho señal para empezar, no se ha de romper a hablar inmediatamente, sino que se ha de dar algún lugar, aunque corto, al pensamiento. Porque el esmero del que va a decir deleita sobremanera al que va a oír, y aun el mismo juez se prepara para ello."
Insiste Quintiliano en la importancia de las pausas, en las que "unas veces se ha de gastar más corto espacio de tiempo y otras más largo", para la adecuada división del discurso, pues "la gracia de saber hacer las divisiones se tendrá tal vez por cosa de poca consideración, siendo así que sin ella ninguna otra puede haber para decir en público".

Húyase, obviamente, de la monotonía, del tono monocorde, sin inflexiones ni emociones:
"Así que debemos evitar lo que los griegos llaman monotonía, que es un solo tono y sonido de la voz, no sólo para no decirlo todo a gritos, lo cual es una locura, o como en una conversación, lo cual carece de afecto, o en un bajo murmullo, con el cual se debilita también toda la viveza de la pronunciación, sino para que en unas mismas partes y en unos mismos afectos haya algunas inflexiones de voz no tan grandes, según que o la dignidad de las palabras, o la naturaleza de los conceptos, o el remate o principio de los períodos, o el pasar de una cosa a otra lo pidieren, así como los pintores, después que han hecho uso de cada uno de los colores, dan más realce a unas partes de la pintura que a otras, porque de otra manera no hubieran distinguido los miembros con líneas".
Incluso encuentra Quintiliano una curiosa razón, nada descabellada, para huir de la monotonía:
"Mas el arte de variar no sólo da gracia y llama la atención, sino que también da aliento al que está diciendo con la misma mudanza de trabajo, así como el estar de pie, andar, sentarse y echarse tiene sus alternativas, y no podemos aguantar por mucho tiempo una misma postura".
 Algunas de las recomendaciones sobre la postura y gesticulación son realmente graciosas:
"Lo que se requiere, pues, en primer lugar, es que la cabeza esté siempre derecha y en una postura natural. Porque baja denota humildad, demasiado levantada arrogancia, inclinada hacia un lado desfallecimiento y el tenerla muy tiesa y firme es señal de una cierta barbarie".
"Apenas hay ademán decente que se exprese con las narices y labios, sin embargo de que con ellos se suele significar burla, desprecio y fastidio. Así que es una cosa fea arrugar (como dice Horacio) las narices, llenarlas de aire, moverlas y hurgarlas con el dedo, y estornudar y sonarse a cada paso y con la palma de la mano levantárselas hacia arriba, siendo así que aun el limpiarse con frecuencia las narices se tiene justamente por una cosa reprensible".



12. Sobre la escritura


Con el argumento, que me cuesta compartir, de que "una oración escrita no es más que una memoria de una oración recitada", extiende Quintiliano sus recomendaciones al campo de la escritura. Y no desmerecen de las que dedica a la oratoria.
"Sea en primer lugar lo que se escribe una cosa hecha con esmero, aunque se tarde; busquemos lo más excelente, y no nos enamoremos inmediatamente de lo que se nos pone por delante; debe haber discreción en el inventar, y disposición en lo que se ha elegido como bueno. Debe hacerse elección de cosas y de palabras, y es necesario examinar el peso de cada una".
"Sígase después el modo de colocarlas, y ejercítense de todos modos los números, y cada palabra no ha de ocupar su lugar según fuere ocurriendo".
Obviamente, al final toca corregir, borrar, recolocar..., como explica gráficamente Quintiliano:
"Se ha de repetir frecuentemente lo que se acaba de escribir. Porque prescindiendo de que de esta suerte se une mejor lo que se sigue con lo que antecede, aquel calor de la imaginación, que con la detención del escribir se ha resfriado, cobra de nuevo fuerzas -y, como cuando se toma carrera para saltar, adquiere aliento; lo que vemos en las apuestas que se hacen para saltar, que para hacerlo con más esfuerzo, toman más larga la carrera, para llegar con ella a aquel término sobre que es la contienda, y así como encogemos los brazos para tirar y para arrojar los dardos estiramos hacia atrás las cuerdas".
Recalca Quintiliano la enorme importancia de la revisión, pues "no menos hace la pluma cuando borra que cuando escribe"; para hacerla recomienda distanciamiento:
"Y no hay duda que el mejor modo de corregir es dejar por algún tiempo lo que se ha escrito, para volver después a tomarlo como una cosa nueva y de otro, a fin de que nuestros escritos, como recientes frutos, no nos lisonjeen".
Es curiosa esta advertencia final en la que todos los académicos reconoceremos a alguno de nuestros compañeros, que, atenazado por el pavor a la imperfección o el error, prefiere la agrafia a la pública exposición impresa de sus opiniones:
"No es fácil decir cuáles son los que mayor yerro cometen, si aquéllos que viven muy pagados de sus obras, o los que todo lo que escriben les disgusta. Porque frecuentemente sucede, aun a los jóvenes de talento, que se consumen trabajando, y vienen a dar en el extremo de no decir palabra por el demasiado deseo que tienen de decir con perfección".


13. Sobre el aprendizaje


Destacan los especialistas de historia de la educación que las opiniones de Quintiliano sobre el aprendizaje eran adelantadas a su época. Ciertamente, algunas de sus ideas son todavía sugerentes y en otras sorprende su modernidad.

Puede verse, por ejemplo, cómo expone la importancia del sueño para la fijación de la memoria, hoy científicamente demostrada, para desesperación de estudiantes de "la última noche me pego una matada":
"Cosa es que causa admiración al decirlo, y no ocurre de pronto la razón de la gran firmeza que causa en la memoria una noche que pase de por medio; y es que, o cesa aquel trabajo cuya fatiga misma servía de impedimento a la memoria, o llega a sazón y se digiere, o el recuerdo es la parte más firme de ella, puesto que al día siguiente se dicen en seguida aquellas cosas de que inmediatamente no se podía dar razón, y aquel mismo tiempo que suele ser la causa de que una cosa se olvide afirma la memoria".
Alguna recomendación sobre los métodos de memorización no deja de ser practicada hoy en día, por nuestros opositores, ¡tan poco han cambiado las cosas en veinte siglos!:
"Hay un método que al paso que no es desemejante a aquél de que primeramente hemos tratado, es más fácil y de más fundamento (si es que la experiencia me ha enseñado alguna cosa), que se reduce a aprender en voz baja. Pues lo que en otro tiempo era lo mejor, ahora también lo es si otros pensamientos no ocuparan a cada paso el alma que se halla en cierto modo ociosa, por los cuales es necesario llamar su atención con la voz, para que la memoria tenga a un mismo tiempo dos estímulos, el de la lengua y el del oído. Pero esta voz ha de ser moderada y más propiamente murmullo".
La mera repetición no es, sin embargo, el único recurso memorístico:
"Pero a excepción del ejercicio, que es lo mejor de todo, casi sola la división y la composición contribuyen mucho para aprender lo que hemos escrito y retener en la memoria lo que pensamos. Porque el que hiciere una buena división, nunca podrá errar en el orden de las cosas. Pues no sólo en ordenar las cuestiones sino que también en el ejercicio de ellas es una cosa que no se puede errar, si con un buen orden decimos -primera, segunda, tercera, etc., y si tienen entre sí unión todas las cosas de manera que ninguna cosa pueda añadirse o quitarse sin que claramente se conozca".
Destaca su concepción del aprendizaje como un proceso evolutivo, que ha de empezar con lo más sencillo y continuar hacia cotas más elevadas mediante la práctica y con el incentivo de la curiosidad de saber.
"Cosas que al paso que son muy dignas de saberse se necesita de mucha brevedad y llaneza para enseñárselas a los principiantes. Porque éstos o suelen asustarse con la dificultad de unos preceptos prolijos y enredosos, o arruinan y destruyen el ingenio en estudiar una materia escabrosa cuando más se necesitaba fomentarlos y sobrellevarlos cebando su natural curiosidad, o vienen a persuadirse que están ya bastante apercibidos porque aprendieron cuatro preceptos de retórica, o atenidos a ciertas reglas temen el emprender cosas nuevas".
"Se necesita, pues, de un método muy llano y fácil para los que comienzan; ya para empeñarlos, ya para enseñarles el camino verdadero (...) ¿A qué viene el detenerse tantos años como acostumbran muchísimos (por no hacer mención de aquéllos que en esto gastan una gran parte de la vida) ejercitándose en declamar en la escuela y empleando tan gran trabajo en cosas falsas e imaginarias, cuando era suficiente haber aprendido en poco tiempo las reglas de la elocuencia y una idea del ejercicio verdadero del foro? Con lo cual no pretendo yo decir que deba alguna vez omitirse el ejercicio de perorar, sino que no nos hemos de envejecer en esta sola especie de ejercicio".
Quéjase Quintiliano, veinte siglos antes de que se inventara el cine, la televisión, Internet, los móviles, las redes sociales, etc., de las distracciones que impedían la dedicación al estudio:
¡Cuán poco es el que empleamos en los estudios! Unas horas nos quita la inútil ocupación de las visitas, otras el ocio con que estamos oyendo novelas, otras los espectáculos y otras los convites; añade a esto tantas especies de juegos y el loco cuidado que se tiene de los cuerpos. A más de esto, quita también el tiempo el viajar a países extranjeros, las casas de campo, la sed insaciable de adquirir, ocupada continuamente en hacer cálculos, las muchas causas de disolución, el vino y el ánimo enteramente perdido y entregado a todas las suertes de placeres".
Y acabo con la última de sus recomendaciones, que comparto plenamente:
"Cada cual conózcase a sí mismo y disponga formar la acción, no sólo por los preceptos generales, sino también acomodándose a su natural carácter".

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